Después de semanas de carteles gigantes por la calle, coches con altavoces a horas insanas, media selva amazónica de correo en el buzón y masiva cobertura de los medios enseñando a gente que bien haría en mantenerse al margen de las cosas tenemos finalmente el día de elecciones aquí.
Mi sentimiento general lo ha reflejado bien Yayo en su entrada de hoy (aún más especial considerando que su entrada típica es una imagen encontrada al azar en Internet sin texto, enlace o referencia).
El resumen es algo que seguro varios hemos pensado ya, especialmente aquellos que nos vemos en la nada envidiable situación de no ser parte de ninguno de los bandos existentes: Si no votas tu voto (obviamente) no se cuenta, pero si votas en blanco sólo será parte de una estadística mencionada cuando se digan los totales y poco más.
Como todo esto hay que verlo con la naturaleza humana que hay detrás. En España la política se lleva como un deporte. Lo que debería consistir en reflexión y decisión imparcial basada en el bienestar del pueblo y el país a largo plazo realmente se reduce a si le voy a tal o cual partido, sin importar lo que haya hecho en el pasado o si tal o cual otro ha anunciado algo que, sin importar el resto de su plataforma política, me conviene especialmente.
Toda esta estúpida discusión política que vemos sólo intenta disimular que, en el fondo, casi todos somos partidarios o del lado que nos enseñaron nuestros padres o del que escogimos para joderles. Y que casi siempre la razón por la que seguimos en ese bando es porque es más fácil eso que implicar que nos habíamos equivocado.
En fin. El problema es que cuando se es cínico (contrario a los ilusionados utópicos o a los pasotas, que no tienen estas preocupaciones) es que no se puede evitar pensar que los únicos que se preocuparían por los votos en blanco son el partido que ha perdido. El partido que ha ganado ya tiene su silla asegurada y es mejor no mover las aguas.
Podrían, ya que ese es el sentir popular, otorgar una copa dorada al que gana y darle una botella de champán. No es como que una vez que ganan alguien les exige que hagan realidad sus promesas anteriores o que sean consecuentes con lo que se suponía eran sus planes.