Hace unos 10 meses decidí que había llegado el tiempo de regresar a mi país, despues de pasar 15 años en México. Esta decisión llegó un poco de la nada, sin tener que ver con ningún tipo de problema. Uno de esos momentos en la vida en los que te das cuenta de que el momento ha llegado de seguir adelante con lo que sigue. Todo se veia muy fácil y claro.
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Entonces llegó Itzel…
Verás. Hace poco menos de un año algo, no puedo decir qué, sucedió en mi vida -probablemente la suma de muchos factores diferentes- que hicieron que finalmente decidiera regresar al país donde nací, del que salí hace 25 años y en el que vive toda mi familia.
Mi vida tenía de nuevo una dirección, una decisión que llevaba masticando en la cabeza por 10 años por fin tenía una fecha límite y empecé a intentar ir hacia ese camino. Hablé con mi jefe en el trabajo, hablé con mi familia y amigos, todo parecía estar decidido. Todo parecía estar, increíblemente, bajo control.
Entonces un día, sin ningún tipo de capacidad para predecir el futuro, tomé el teléfono de Esther, una amiga, y me puse a conversar con una amiga suya, sin mayor intención de pasar el rato mientras Esther terminaba unos reportes del trabajo.
Debería, en este punto, dejar claro que aunque quienquiera que lea esto puede ver a kilómetros lo que podría suceder, la realidad es que ni yo ni Itzel -que éste es el nombre del ángel en cuestión- veíamos venir lo que finalmente sería la razón de que yo esté escribiendo esto ahora.
Por supuesto, empezamos a salir como amigos. Todos los días. Saliamos a cenar, al cine, nos enviábamos mensajes de celular.
Poco a poco, a lo largo de tres mes, fuimos contándonos toda nuestra vida. Eramos amigos, así que podíamos contarnos todo, lo bueno y lo malo, sin preocuparnos mucho por guardar las apariencias (porque esta es una de las únicas ventajas que las amistades tienen sobre la mayoría de las parejas, se es más real y se aceptan más las diferencias entre los involucrados).
El resto de la historia es parte de otro episodio…