Es una frase común recordar todo lo que hemos aprendido de nuestros padres y, si bien correcta en el contexto que la queremos decir, también es cierto que inconscientemente nos referimos a todas las cosas que gracias a ellos sabemos que hay que evitar.
Tal vez sea nuestra única consolacion al considerar ser padres. Que sin importar lo mal que llevemos nuestra vida, lo desacertado de nuestras decisiones, las meteduras de pata… alguien aprenderá de nuestros errores (o debería hacerlo) y evitará cometerlos. Es nuestra mayor lección de humildad como padres y una de nuestras mayores responsabilidades. Tal vez por esto es que no pensamos en ello y, aquellas veces que lo hacemos, cruzamos los dedos para que todas esas cosas que sabemos, en el fondo, que hacemos mal, no sirvan como aprendizaje de imitación sino de prevención a los que sin darse cuenta nos usan como ejemplo. No puedo imaginar de qué estaría más orgulloso si alguna vez miro hacia atrás y veo en lo que se han convertido personas que aprendían de mí. Si el que sean similares a mí o si fueron capaces de reconocer mis defectos y evitarlos pero tiendo a pensar que lo segundo me daría más orgullo de ellos, mientras que lo primero me daría orgullo de mí mismo. La versión familiar de cuando «el pupilo supera al maestro».
Sabemos que cuando le decimos a un niño «No metas los dedos en la licuadora» le estamos enseñando algo bueno pero, creo, se nos olvida que todo cuanto decimos es una lección para ellos. Cuando relegamos su educación a sus profesores sin decir ni pío pero ponemos el grito en el cielo cuando consideramos que ha rebasado las que pensamos «sus atribuciones como educadores». Cada vez que decimos «no hagas esto, aunque lo hago yo», «cuando seas grande comerás dos huevos» y «esto es para mayores, vete a la cama».
Probablemente uno de los mecanismos de defensa más eficaces que tienen los padres es, precisamente, la negación que les permite ignorar el tener presente, todo el tiempo, que toda frase, movimiento, gesto y acción son una clase hacia sus hijos, y que éstos no serán capaces de distinguir las buenas de las malas hasta que probablemente sea demasiado tarde (e invariablemente pasando por la etapa caótica donde absolutamente TODO lo que sus padres hacen está mal, comúnmente llamada «adolescencia», donde mas vale que les hayamos ya enseñado todo lo que necesitan para tomar decisiones correctas porque ya no escucharán nada).
(casi decidí no escribir esto porque, bien podria alegarse, no tengo hijos y alguno pensará que eso me quita el derecho a hablar sobre el tema. Por eso aclaro que esto lo escribo no como padre, sino como un hijo que un día tuvo un atisbo, en los ojos de su padre, de la carga de responsabilidad que saber esto supone y la tranquilidad mental de ver a sus hijos evitar los errores cometidos por él)